EFE – Con 35 años y en el River Plate, club en el que se dio a conocer y en el que anunció su retirada para cerrar el círculo de una carrera mágica marcada por el éxito, las lesiones y una leve decadencia final, Pablo Aimar se despidió para siempre del fútbol en el club que siempre quiso y en el que no se sintió útil en los últimos meses.
Su adiós fue silencioso, como es él, un hombre que casi nunca hizo ruido sobre el césped. Una carta a todos sus compañeros y a su entrenador, Marcelo Gallardo, bastó a Aimar para despedirse del River y de un deporte que inició hace décadas en el club argentino.
Allí fue a terminar su carrera en enero de 2014, cuando se presentó en la pretemporada del River, que no tuvo que pagar ningún traspaso por uno de sus ídolos históricos, que volvía de capa caída tras un año en el Johor Darul Takzim de Malasia.
Igual que en el club asiático, en el que las lesiones no le permitieron mostrar ni la mitad de la calidad que atesora en sus botas, tuvo que superar otra dolencia tras operarse del tobillo derecho poco después de llegar al River. Su reaparición se aplazó otros 108 días, los que necesitó para volver a pisar el césped del estadio Monumental.
Aimar salió al campo tras sustituir a Leonardo Pisculichi en el minuto 75 de un duelo que el River ganó 1-0 al Rosario Central. En apenas quince minutos, mostró algunos de esos caños y paredes que le hicieron grande catorce años y medio antes, los que necesitó para volver a Argentina después de un largo periplo por el extranjero.
Su vuelta esperanzadora con el River solo tuvo continuidad con treinta minutos frente al Liniers. Ese fue todo el tiempo que volvió a jugar. Y es que Aimar no era el mismo que deslumbró en su primera etapa en el club y Gallardo decidió no incluirle en la lista de treinta jugadores que disputarán la Copa Libertadores. Eso pudo con él y dijo basta.
Pero la carrera de el “Payaso” no está marcada solo por las decepciones. Todo lo contrario. Pablo César Aimar Giordano, de la mano de su padre, dio sus primeras patadas importantes a un balón en un club semiprofesional, el Asociación Atlética Estudiantes de Río Cuarto.
Su progenitor, el mismo que le empujó a jugar al fútbol, no le dio permiso para jugar en el River cuando pasó unas pruebas con las categorías inferiores. Daniel Pasarella se encargó de convencerle para que entrara en el club de sus amores. Su despegue al estrellato fue fulgurante y no tardó mucho en convertirse en un ídolo para la afición “millonaria”.
Debutó con el River Plate en Primera División el 11 de agosto de 1996 y se consolidó en el equipo a partir de 1998, cuando tenía 18 años. Fue pieza clave de los tres torneos Apertura y los dos Clausura que ganó junto a nombres como los de Javier Saviola, Juan Pablo Sorín o Andrés D’Alessandro.
Su juego no pasó inadvertido en Europa y el Valencia, tras pagar 24 millones de euros por su traspaso, se hizo con los servicios de uno de los mejores jugadores de Argentina. Y, tal vez, en la ciudad española, fue donde vivió sus mejores años.
A las órdenes del técnico Rafael Benítez consiguió las Ligas de las temporadas 2001/02 y 2003/04 para dar un título que no lucía en las vitrinas valencianistas desde 1971. Como colofón, consiguió la Copa de la UEFA del curso 2003/04 después de ganar en la final al Olympique de Marsella francés.
Después de seis campañas en el Valencia y cuando aún tenía otra en el horizonte, el conjunto “ché” decidió venderle al Zaragoza por 11 millones de euros. El fino centrocampista argentino, ya convertido en un mito del Valencia, hizo las maletas entre la decepción de toda una afición que siempre le quiso.
Fuera de su mejor hábitat y encadenando varias lesiones, entre ellas una pubalgia que le lastró progresivamente, Aimar inició en Zaragoza un declive profesional que se frenó con momentos de inspiración en el Benfica, su siguiente destino en 2008. Allí protagonizó instantes mágicos, como una asistencia de rabona desde cuarenta metros a su compañero David Suazo.
Mientras, su presencia en la selección, con la que jugó dos Mundiales (2002 y 2006), dos Copas América (subcampeón en 2007) y unos Juegos Olímpicos en Atenas (logró el oro), fue disminuyendo hasta desaparecer de ella el 10 de octubre de 2009, cuando jugó su último partido ante Perú.
Curiosamente, ese encuentro lo disputó en el estadio Monumental, el mismo que fue testigo sus últimas patadas a un balón cinco años después.
Aimar, en su carta de despedida, dejó una frase clarificadora: “No quiero ocupar un lugar que seguramente es para otros muchachos”. El “Payaso” se echó a un lado y tras una década y media al más alto nivel, dejó de sonreír. El genio de los caños y las paredes, se apagó para siempre.