Miguel Vallenilla, Mendoza – Argentina – Para conocer el presente, y determinar el futuro, se debe recordar y conocer el pasado. Lo cierto es, que hoy Venezuela y su selección “Vinotinto” llora, pero no como veces anteriores, pues no caímos goleados, no caímos derrotados, no perdimos “uno más”, sino lloramos el haber estado tan cerca, y no era un sueño.
Ante Paraguay, una vez más, esa piedra que molesta, al que se le llega en cada partido, y quienes pueden vencer sin mucho que hacer. Pero rescatar y admirar es de sabios en este momento. No hay culpables, y acompañar las lágrimas de Lucena es lo más sensato. Todos somos humanos, y nosotros primerizos en estas etapas que eran experiencias de otros.
Como en la vida, hay días buenos y malos, y es por eso que el fútbol es tan parecido a ella misma, y lo hermoso es que esta vez soñamos con certeza, creyendo en algo que sucedía, llegando partido tras partido como el invicto de una Copa dominado por los mismos de siempre.
Y es que ahí, junto a los mismos protagonistas, Venezuela estuvo arriba, esa selección que viene de campos de tierra, torneos que muchas veces es lo contrario a lo profesional, donde las deudas y sacrificios dominan, ese fútbol se colocó entre los mejores de América. Vale la pena creer, que un esfuerzo es sinónimo de fruto.
Ni el más optimista pensaba que rompería en llanto en una semifinal, pero se hizo, y aunque la tristeza actual ausente pensar en el futuro, el ladrillo es fuerte y no somos ni fuimos una mentira, fuimos una realidad.
Que cada grito, lágrima y nervio se mantenga, porque conservarla es respaldo de logros y triunfo, y aunque las derrotas peguen, de ellas se crecen. Se ha perdido una batalla, pero no la guerra.
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