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ESPECIAL | Gabriel García Márquez: «No hay otro deporte que despierte las pasiones como el fútbol»

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Miguel Vallenilla  – Lamentablemente, los años siempre ponen fin a la vida del ser humano. Uno desearía que al menos siempre ocurriesen de manera natural, y así le llegó el momento a Gabriel García Márquez, un hombre orgullo de Aracataca, que inmortalizó su sabiduría a través de los textos, para de la misma manera poner en el mapa mundial a su natal país, Colombia.

Llamado por sus conocidos y familiares como “Gabito”, el escritor, además de ser conocido por sus virtudes con el pensamiento y la pluma, también lo fue por su admiración al fútbol, algo que supo plasmar en “El Juramento” tras presenciar el duelo entre Junior y Millonarios, en el que logró entender a los aficionados: “ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores. Es que con ese solo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad”. Enamorado de lo que observó, o al menos así he concluido, firmó su nombre entre los desadaptados que amamos a este deporte. “No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas”.

Gabriel García Márquez siempre llegó a resaltar que jamás practicó algún deporte de manera competitiva, aunque afirmó que de joven le gustaba jugar al béisbol, una disciplina que creyó como “el único deporte tradicional y realmente incorporado a la cultura en la costa Caribe”. Hoy he buscado desempolvar un reportaje que hiciera Balón Gráfico Deportivo en Barranquilla, previo al Mundial de 1994, en el que se jactaba de que Colombia había sido campeón del Mundo en 1947, cuando aún no se jugaba al fútbol en el país.

“Gabo” siempre ha tenido maneras acertadas de expresar con jocosidad situaciones sobre algo determinado. Dicen que el deporte alarga la vida de quienes lo practican, aunque el novelista recordaba que “desgraciadamente hay muchos amigos míos que fueron grandes deportistas y están muertos hoy”. Para él, en Colombia “el fútbol se sembró a fines de la década del 40, cuando empezaron a llegar jugadores y entrenadores argentinos, uruguayos. Entonces empezó el gran momento del fútbol en América Latina. A partir de entonces se ha convertido en una gran afición nacional”. Como es bien sabido, posteriormente Colombia ha pasado por muchos períodos difíciles, sea por temas políticos, o la aparición del dinero del narcotráfico en los clubes, algo que ha hecho que el fútbol colombiano viviera de altos y bajos, aunque ha mantenido intacto su potencial a través de los años.

El escritor determinaba que nunca dejaba de observar la Copa del Mundo, y un momento sublime fue la edición de 1970. “El mejor partido de copa que vi en mi vida fue el de Brasil contra Italia en México. Ese año estaba con mis hijos en mi casa en México, ellos si no se pierden ni un minuto y entonces me avisaban si valía la pena o no para ver el desenlace. Claro, seguí muy de cerca el equipo de Colombia, que realmente me causo mucho orgullo a pesar de la desilusión que ocasionó a muchas personas su eliminación”, acotaba.

El fútbol tiene distintas maneras de conseguir la victoria. No hay una sola verdad, y entre gustos y colores como quien dice, García Marquez prefería el estilo clásico. “Es un fútbol que, además de deporte, es un gran espectáculo, y a alguien a quien verdaderamente le gusta el fútbol nada le importa quién gana o quién pierde, porque solo el verlo jugar es un gran y bello espectáculo. Ese fútbol tiene un sello latinoamericano, y eso es muy importante porque nosotros tenemos que tener una personalidad también en fútbol; sin embargo, ese fútbol tiene una desventaja: es poco goleador, y los partidos se ganan con goles. Pero creo que eso es algo fácil de subsanar”.

Posiblemente René Higuita, el reconocido arquero colombiano de gran melena  y enormes rulos, sea una de las representaciones más vivas en la historia del fútbol “cafetero”. El arquero en Italia 90, representó para Márquez un episodio particular. “Higuita es un caso muy colombiano. Los colombianos somos capaces de hacer cualquier cosa, pero siempre con un grano de locura. Eso es muy latinoamericano también. Higuita es un gran portero, pero hay que saber, aparte de eso, que es también jugador de béisbol; entonces le gusta correr y cuando la bola no llega a la portería, pues quiere salirse a jugar, porque se aburre”. El también periodista, reconocía que en aquel momento, el arquero “comete su error cuando el equipo está todo en la ofensiva tratando de ganar el partido. Si, y comete su error frente a Milla, el camerunés arrasador. Además, hay que entender en Higuita otra cosa: se estaba convirtiendo en el personaje más popular del mundial, eso no lo paraba nadie, era una maravilla. Entonces, puedo decir, y lo sé por experiencia personal, que nada hay más difícil de manejar en este mundo que la fama: Higuita no pudo resistir la tentación de arrancar una ovación”.

El ganador del Premio Nobel de la Literatura en 1982 también pudo referirse de la violencia que se ha venido presenciando a lo largo del tiempo en las gradas de los estadios, si bien no tuvo una clara explicación de las razones, fue puntual en reconocer que “no hay otro deporte de muchedumbre que despierte las pasiones como el fútbol. Pienso que no sólo hay que calmar a los hinchas del fútbol, sino que hay que calmar también al ser humano y cambiar el modo de ser de la sociedad, porque los estallidos de violencia en el fútbol no son más que la proyección de eso. Hay que cambiar las mentalidades y pacificar al ser humano. Casi mil millones de personas vieron en el mismo momento un mismo gol. Entonces es difícil que no se desate violencia. Creo que el ser humano es naturalmente violento, y que todo el proceso de civilización, educación y cultura es tratar de limarle o de borrarle eso”.

Agradecerle por lo que ha dejado, es poco. Llevar sus obras a las generaciones del futuro, es el objetivo, y mientras, solo tendrá el deber de seguir enseñando desde el más allá, donde todos nos encontraremos, y en el que seguramente seguirá alentando a su amada Colombia.

«EL JURAMENTO», Gabriel García Márquez
Publicado en: Textos Costeños

Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado. Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo. Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores.

Es que con ese sólo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad. No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía. En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?).

Por otra parte, si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía. Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera.

Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de alfiler. Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos –que ayer se portó como cuatro– cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad. De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias.

Y esto por no entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica. No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Adalberto Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo –desde el punto de vista deportivo– la oveja descarriada.

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