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CR7: Difícil no es imposible

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Lizandro Samuel (@LizandroSamuel). – Cristiano Ronaldo es así, se motiva en la adversidad, nada parece agradarle más que revertir situaciones contrarias; más hoy, cuando se alza en una silueta madura, plena, lejana a la de aquel pueril que acostumbrara hacer pucheros en el Mancheter United y en la selección. Ya no es tampoco ese encaprichado regateador que buscaba ir al piso tras el mínimo contacto.

Cortó el cordón umbilical al llegar a Madrid. Lejos del padre deportivo, Sir Alex Ferguson, y del aroma familiar de Manchester, se encontraba con un Santiago Bernabéu expectante, pues habían fichado al jugador más caro de la historia. La Liga lo recibiría con duros marcajes y arbitrajes ya prevenidos a su facilidad para los clavados. En Inglaterra era cuestión de potencia, de ir al choque; en España, no le bastaría ser fuerte y habilidoso, debía ser inteligente para escurrirse de marcajes menos físicos y más tácticos y técnicos.

El portugués iba convencido de que lo suyo en el club más laureado del fútbol español sería casi tan perfecto como una película épica. Pero el film se complicaría: el eterno rival confeccionaba uno de los mejores equipos de la historia con Lionel Messi como bandera; y para su pesar, por más que evolucionara, tanto él como el Madrid seguían debajo del Barcelona de Messi.

A la larga, la competencia los haría mejor a ambos: en el 2011, punto álgido del Pep Team y del Madrid de Mou, ambos equipos eran indiscutiblemente los dos mejores de Europa. La prensa perdía tiempo hablando de «una liga de dos», soslayando el hecho de que esos dos (Madrid y Barcelona) tenían el nivel para monopolizar cualquier liga del mundo. Esa temporada también fue la más dramática: la imagen arrogante de Cristiano, alimentada por un personaje obsesionado con ser el mejor, el más guapo y el más rico, haría implosión. El crack portugués se había llevado al máximo en lo cuantitativo logrando, al igual que Messi, marcas goleadoras absurdas, pero aun así resultaba cualitativamente inferior al argentino.

Con el ego roto tras escuchar silbidos en varios estadios (Según él justificados en la envidia: «Me pitan por ser guapo, rico y buen jugador»), cual héroe de tragedia griega, tuvo que recluirse para ir reconstruyéndose poco a poco. Las piezas quebradas de su vanidad las pegaba con lo que lo ha caracterizado desde la infancia: una determinación admirable hacia el trabajo y la autosuperación. Por primera vez en mucho tiempo, el personaje empezaba a sucumbir en pro de la persona; la imagen perdía peso en relación al jugador; e, incluso, en la etapa final de Mourinho en el Madrid, CR7 se reveló ante la insistencia del técnico de querer jugar los partidos fuera de la cancha con declaraciones y actitudes soeces que, como nunca antes, ensuciarían la imagen señorial de La Casa Blanca.

El ego no murió, se dominó. Era otro CR7. No, ya no era CR7, el producto de marketing; ahora era el futbolista de talla mundial.

El Madrid de la perseverancia, tras un par de temporadas espectaculares del portugués, se curó de su más enferma obsesión: la décima. Y tras curarse, la ganó. El 7 ha hecho no extrañar a otro 7 histórico: Raúl; mientras en Portugal se ha convertido no solo en el referente, sino en el líder anímico absoluto. Es el arma más filosa. Con él en la cancha, Portugal cree en sus posibilidades; sin él, pareciera tener menos armas que un convento. Llegó a Brasil cojeando de una tendinitis que lo acosa desde hace semanas. Pocos confían en que los lusitanos puedan hacer una buena Copa; desde la lógica, se ve complicado. En la tierra del Nobel literario José Saramago, muchos buenos cristianos tienes fe en que su selección pueda darle un final feliz a la epopeya del hombre que luchó (¿Y venció?) contra su ego.

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