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COLUMNA | Un ciclo de egos

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Miguel Vallenilla – Tras leer el comunicado del ahora, ex seleccionador nacional, no quedan dudas de la inteligencia que ha sabido aprovechar César Farías a lo largo de su profesión. Sus buenos aprendizajes, lo han llevado a conseguir los éxitos alcanzados con la selección de mayores y hasta en las juveniles, algo que hasta el más «enemigo» del estratega, sabría reconocer, pues al igual que todos, se emocionó con cada grito de esperanza que dejaba el inolvidable gol.

Desde aquel 27 de diciembre, supo utilizar su pausada labia para convencer a quienes lo escuchaban, esa misma que con el tiempo se fue elevando con tono soberbio,  para dejar en claro una y otra vez los logros de sus trabajos, resultados y compromisos para el país. Un estilo que se fue extendiendo en personas muy cercanas a su manera de convivir con el fútbol.

Su forma de ser, se reflejó en distintos capítulos. Aquel que por diferentes motivos, se le recuerda por arrojar un beso una cámara que lo grababa en la victoria de Asunción, ese que sonreía con grandeza cada gesta de la selección nacional, como queriendo decir que ya se lo sabía. Fue capaz de usar sus manos para simular lo que era un cuchillo entre sus dientes, marchar en Puerto La Cruz glorificado por aficionados que lograron conseguirlo en medio de las calles, o desafiar a la prensa por no conjugar las ideas con su persona.

Su patriotismo fue sincero, ejemplo de lucha y de creerse lo imposible. Invitaba a soñar, pero con el tiempo se convertía hasta en un discurso político que ya perdía garantía de creencia. Sentirse atacado lo descontroló del horizonte con el que inició. Pasó de hacer grandes estrategias de juego, para concentrarse en desafiar a sus «enemigos». Junto a él, un cuerpo técnico con grandes seres humanos, pero algunos de ellos absorbieron ese contagio «desafiante». Como no recordar a Lino Alonso, de los más destacados en el fútbol venezolano, quien quiso ridiculizar a enemigos. Toda una presentación que ejemplificó tras el triunfo ante Colombia.

Fue este mismo grupo, o mejor dicho, algunos de sus integrantes, quienes no contemplaban cuando un jugador se «desviaba» en sus atenciones más importantes. El mismo cuerpo técnico que con los años logró construir una imagen a través de «La Vinotinto», pasando de un propósito, a una marca pujante económicamente y vestido de supuestos valores.

Con la cosecha de resultados exitosos, la atención lógicamente caía en el seleccionador. Ese que varias veces en la victoria, transmitía sus sentimientos a la prensa, que fue capaz de arrojar lágrimas, invitar a una «mesa de charla» en los pasillos de zona mixta en países sudamericanos, el mismo que golpeaba la mesa para asegurarle a todos que tenía gallardía y fuerzas, con la «carita pelada», sin esconderse.

Su destino se dice que está en México. Su trabajo queda a la vista de todos. Sus logros son el fruto de una selección que fue histórica y protagonista, y su personalidad, lo llevó a desgastar un ciclo que pudo ser exitoso, que pudo ser tal vez mundialista. No lo sabremos.

Farías finalizó con un mensaje a la afición que invitaba a que el tiempo respaldará lo que realizó. Fiel a su estilo.

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