Miguel Vallenilla – Fue posiblemente el encuentro más difícil en la carrera reciente de un jugador de fútbol. Fue posiblemente el encuentro en el que se encontraba más consciente de cómo sería recibido de principio a fin. Su rostro se mostraba saturado de todo lo que habían dicho de él durante la semana, y apenas saltó al campo en Puerto Ordaz, los presentes y jugadores le hicieron recordar su diferencia con él.
No queda duda, se trata de Juan Falcón. Una jugada en Barinas le determinó diferentes reacciones, desde el periodismo, aficionados y los que peormente han tratado el tema: prensa internacional. Como lector, es innumerable las veces que un medio presenta una jugada como la más “Anti Fair Play de la historia”. Total, genera clicks, genera tráfico de visitas. Ahora, eso no necesariamente concluye lo que en verdad haya sucedido. Es más, la gente pretende preguntarle al jugador qué sucedió, pero igualmente no creerle. Cada actor cree en el suyo. Los de Barinas creen en Falcón, los de Guayana creen en Romo.
La vuelta fue un capítulo de dureza. Un equipo que llegaba con una buena ventaja ante un equipo que debía usar su mejor expresión de la temporada, ser totalmente ofensivos. Mineros se lo creyó, pero quizá distribuyó su entusiasmo de una forma que le hizo desaprovechar minutos de juegos vitales. ¿El gol o el “villano”?. Balón que tocaba, y hasta sin balón, Juan Falcón recibía su recado. Empujón por aquí, una patada por allá, unas palabras a su rostro. Trataron de sacarlo del partido, sea por molestias o desconcentración. Finalmente se lesionó Richard Blanco.
La indumentaria blanca de Falcón finalizaba cada corrida con el charco consumido en cada una de sus caídas. Puso pecho para resguardar el balón, e incluso propició ocasiones de cara al arco. Fue frío, fue centrado. No descarriló su objetivo. No se desconcentró ante el trato. Tuvo su más fuerte respaldo en la creencia a su Dios. Creyó en las palabras de sus compañeros, y recibió un fuerte abrazo de Sanvicente. Mineros terminaba con dos expulsados más ante su búsqueda del arco rival, un hito que casi hacía realidad, pero el tiempo valioso se agotaba.
Los de Barinas levantaron sus brazos por segunda vez en la historia. Las lágrimas empezaron a sobresalir en cada rostro de las calles del llano. Punto Fresco se volcó en alegría, y una multitud en el Aeropuerto esperaba por sus héroes. Entre ellos, Juan Falcón, el jugador que hizo la diferencia y no precisamente en la final, sino en toda una temporada en el que se convirtió el pilar para los triunfos agónicos, los milagros del fútbol, la disciplina para crecer. Se hizo como un jugador excepcional. Personalmente, el fútbol venezolano debe agradecer esta reencarnación de un delantero que muestra estupendas virtudes, temperamento profundo, que es un verdadero “Tigre”. Los expertos sacaran conclusiones, pero Falcón hoy puede sonreír.