EFE – ‘Raçudo’ es una de tantas palabras en portugués que no tiene una traducción literal.
En el fútbol se usa para referirse a un jugador ‘de raza’, «con garra», «que se entrega», como el capitán de la selección brasileña, Daniel Alves, quien este martes volverá a jugar en el estadio donde nació como profesional.
El lateral derecho, de 36 años, es el más veterano del elenco dirigido por Tite en esta Copa América de Brasil 2019. Se define como un ave fénix, pero que resurge del «polvo», no de las cenizas.
«De donde vengo, solo había polvo, no había mucha ceniza», señaló en la previa del partido.
De familia humilde, nacido en la localidad de Juazeiro, en el interior del estado de Bahía (nordeste), Alves será titular esta noche en el segundo partido del grupo A frente a Venezuela que se disputará en un lugar muy especial para él, el Arena Fonte Nova de la ciudad de Salvador, el mismo en el que fue bautizado futbolísticamente.
«Fonte Nova me evoca ese cariño afectivo, donde todo comenzó. Gracias al Fonte Nova y al Bahía, yo hoy soy conocido mundialmente. Podemos perder todo lo que quieras, menos la esencia», explicó a corazón abierto.
Formado en las categorías inferiores del Bahía, su primer contrato con el ‘Tricolor Baiano’ lo firmó dentro de un autobús.
«Fueron a contratar otro jugador y yo estaba en el paquete. Detalle: yo no tenía contrato profesional. Lo firmé en el autobús, camino de la federación para registrarme, sino no podía ganar las ayudas por mi traslado para el Bahía», relató.
«Ahí pude ganar mis 60 reales (hoy unos 15 dólares), que en la época ayudaron mucho a mi familia. Era mucho. Son historias divertidas, pero inspiradoras porque uno no puede dejar de creer en sus posibilidades. Son oportunidades que surgen. No lo llamo suerte, lo llamo preparación», añadió.
Una vez dentro de la entidad, llegar al primer equipo no fue un camino de rosas, o lo fue, pero con algunas espinas.
Corría noviembre de 2001 y el técnico de la época, el exfutbolista Evaristo de Macedo, se vio obligado a improvisar un lateral derecho por las lesiones de otros jugadores.
Estaba de camino para jugar la Copa del Nordeste Sub’20, cuando le llamaron para decirle que tenía que presentarse inmediatamente con el primer equipo.
Pero el entrenador, antes de probar a Alves, a quien llamaba Samuel por error (o no), antes intentó poner en la posición a un centrocampista y hasta probó con un delantero.
«Al final, mi entrenador Sub’20 le dijo que podía confiar en mí. Él (Evaristo) decía que partido de hombres es para los hombres y de niños para los niños. Yo era bien joven, pero acabé siendo el mejor del partido. Me hicieron un penalti, di asistencia…», explicó.
La fecha de ese partido fue el 11 de noviembre de 2001. El escenario, el Arena Fonte Nova. Tenía entonces 18 años. Por aquel entonces, el central Eder Militao, el más joven de la convocatoria de Brasil para esta Copa América, estaba próximo de cumplir cuatro años de edad.
Y Alves vino para quedarse, aunque por poco tiempo porque enseguida fue transferido al Sevilla español, con poco más de un año como profesional en el Bahía.
Después haría historia en el Barcelona, el Juventus y ahora en el París Saint-Germain. En total, treinta y nueve títulos, pero su hambre es insaciable. Quiere más.
«Yo decidí cuando comencé mi carrera y voy a decidir cuando acaba», sentenció.
Su contrato con el París Saint-Germain termina el próximo 30 de junio y la renovación, por el momento, parece estar lejos. Alves no se cansa y por su mente rondan nuevos proyectos.
«Hay desafíos que quiero vivir todavía, que quiero mostrar», asegura con un aire misterioso.
Por el momento, solo tiene ojos para esta Copa América. Él ya sabe lo que es levantar una. De hecho, es el único jugador de la lista que se proclamó campeón en la edición de Venezuela 2007, la última vez que Brasil se coronó como rey del continente.
Doce años después sigue en la selección, ahora como capitán, eso es ser un jugador ‘raçudo’.