Gustavo Borges. EFE – Horas antes de aparecer mañana en la final olímpica de triple salto la venezolana Yulimar Rojas vive el nerviosismo de quien se prepara para una cita a ciegas, con el día que la ronda como alma en pena desde hace casi veinte años.
«Lo imagino desde cuando supe que existían los deportes y me involucré en ellos, el día de mi final olímpica ha estado siempre en mi mente como el más grande y llegó el momento de recibirlo», dijo hoy Rojas, campeona mundial bajo techo.
Esta mañana en el estadio Olímpico de Río de Janeiro, la atleta nacida en Caracas se colocó en la final con un salto con 14.21 y mañana saldrá como favorita para disputar las medallas en una de las pruebas más peleadas del atletismo de los Olímpicos.
La colombiana Caterine Ibargüen, campeona mundial, la kazaja Olga Ripakova, monarca olímpica, y la griega Paraskevi Papahristou, bronce de los Mundiales bajo techo, pintan como tres de sus principales rivales, a las cuales tratará de superar con un salto superior o al menos cerca de los 15 metros.
Con piernas de palmípedo, una técnica que poco a poco se acerca a la perfección y mucha personalidad, Rojas ha sido quizás la mujer que más ha crecido en el atletismo mundial este año, en el sobrepasó la mítica línea de los 15 metros con un 15.02 en junio en Madrid que la coloca como la segunda mejor del mundo a día de hoy.
«Estoy feliz, desde que salí de mi casa para irme a entrenar con el entrenador Iván Pedroso la meta fue alcanzar una final olímpica. Mañana no solo estaré en ella, sino que seré candidata para subir al podio», comentó.
Con la frescura de sus 20 años, Yulimar cautivó hoy a los comunicadores en la zona mixta del estadio, los atendió casi uno por uno y a todos le respondió amable, mientras acomodaba en su espalda una mochila que le dio aire de estudiante.
«Las cosas se me han dado rápido, soy muy joven, ya estoy entre las mejores y me siento muy agradecida. Esta mañana cometí algunos errores y sentí molestias musculares, pero en la final estaré lista para hacer lo mejor que sé», insistió.
Rojas creció en el estado de Anzoátegui, a orillas del mar Caribe, donde la gente suele ser extrovertida. Acostumbrada a tomar la iniciativa, un día buscó en las redes sociales al campeón olímpico Pedroso y se llenó de asombro cuando, al encontrarlo, el cubano le dijo que la seguía y le propuso irse a entrenar con él.
Fue así que Yulimar quemó sus naves y dejó Venezuela, el país que sentirá mañana, no como un lastre en las espaldas para hacerla caer de bruces en la arena, sino como una brisa capaz de impulsarla en el cajón de saltos.
«Aprecio el apoyo de la gente de mi tierra y lo asumo bien», dice cuando le preguntan si la presión de su gente puede desconcentrarla.
Esta tarde de sábado Yulimar se alimentó sano, huyó de los ruidos de la villa y platicó con el entrenador Pedroso, que quizás le contó la manera dramática cómo ganó su título olímpico en un último salto en Sydney 2000, no para presumir, sino para advertirle que de tanto desearlo, el sueño puede hacerse real.
En sus sueños más atávicos Yulimar Rojas se preguntó miles de veces cómo serían las 24 horas más soñadas de su vida, si tendrían cielo nublado, humedad o lluvia. Hoy se prepara para saber los detalles de una cita a ciegas que, con medalla de oro o sin ella, le marcará un antes y después.
«Después de este domingo nada será igual», aseguró hoy con la alegría y el agradecimiento de quien se siente a punto de dar con un amor que se quedará para siempre.